jueves, 25 de junio de 2015

Las dos almas de Podemos

Escila o Caribdis también fue una difícil elección para Ulises

Nunca se había visto que solo unas pocas horas después de la elección de un político éste se viese en los apuros en que se ha visto envuelta la nueva alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena.

El asunto presenta muchas facetas, desde las más deplorables, relacionadas con el carroñerismo político nacional, hasta las más interesantes, como la que tiene que ver con la enorme capacidad de las redes sociales para mantener una vigilancia extrema y desatar en minutos una tormenta sobre cualquiera.

La nueva alcaldesa no solo no ha contado con los 100 días de gracia sino ni siquiera con 100 horas de tranquilidad. Tras los escándalos de los twits de Guillermo Zapata y Pablo Soto, vino la imputación judicial de su portavoz “in pectore”, Rita Maestre. El ritmo ha sido tan veloz que espero que estas líneas no se queden viejas para cuando llegue el momento de su publicación, porque hayan surgido nuevos conflictos.

Mala papeleta para la alcaldesa, que tendrá que echar mano de su sentido común y de su demostrada templanza para manejarse en medio de tanto barullo. Convertida inevitablemente en símbolo de la nueva política, no lo tendrá fácil porque se encuentra entre dos fuegos: uno de ellos muy ardiente y aparatoso y el otro, tal vez más calmado, pero muchísimo más grande y peligroso.

De un lado tiene a los miles de personas que han reaccionado enardecidas, sobre todo en las redes sociales, ante la obvia injusticia de que a los suyos se les busquen las cosquillas desde el minuto uno en un país en el que escándalos mayúsculos se han mantenido durante años como moneda corriente. En este grupo tiene la nueva alcaldesa a sus incondicionales y fallarles no será plato de gusto.

De otra parte están los no miles, sino millones de personas que votaron por el mensaje de limpieza, transparencia y renovación que han venido transmitiendo eficazmente desde Podemos y sus marcas asociadas. Es este un segmento enorme de público, que ha pensado que era el momento de que, por fin, las cosas se hicieran de otra manera. Son personas que aunque vean claramente que tras los escándalos destapados hay intereses indudables, también recuerdan muy bien cuáles eran los mensajes por los que votaron. Y de ninguna manera estaban entre ellos la selección de los cargos entre la gente de confianza, sin más garantías que esa, ni tampoco el sectarismo de defender a los propios a toda costa, y mucho menos la estrategia del “Y tú más” que asola estos días las redes sociales y los comentarios en defensa de los ediles atacados. Precisamente estos tres vicios eran de lo que tales votantes querían escapar cuando depositaron su papeleta y no ayuda nada a tranquilizarlos que sean los que primero han estallado. Lo peor es que esas personas no son incondicionales, como lo son los primeros, sino sólo votantes. Pero son quienes dan y quitan el poder. Y las generales están a la vista.

Por si fuera poco, la táctica de deslegitimar generalizadamente a todos los políticos “de antes”, expulsándolos a las tinieblas de la indignidad, ha tenido considerable éxito, de forma que muchos de tales votantes ya daban por descontada la maldad intrínseca de “la casta”, de manera que no se extrañan de que ésta actúe y acuse como lo hace, así que criticarla de nuevo ni es novedad ni sirve para desacreditarla, puesto que, para ellos, lo está ya por completo. Son los militantes podemistas quienes pusieron bien alto el listón de la honorabilidad que sus votantes compraron y resulta que ahora se han visto en dificultades para saltarlo ellos mismos.

Para contentar a los indignados militantes, tan necesarios, que defienden a los suyos con vigor, ingenio y mala leche, la alcaldesa y otros altos responsables del movimiento pueden caer en la tentación de despreciar estas acusaciones y otras que vendrán dejando, por ejemplo, a personas imputadas en sus cargos, pero con seguridad tal cosa no será bien vista por el otro sector, por los millones de votantes inmunizados ya de tanto escuchar siempre que “los míos son acusados injustamente”.

La idea de que “todos son iguales…menos nosotros” ha sido eficaz pero es peligrosamente frágil y estos zarandeos pueden deteriorarla gravemente, con peligro de que muchos votantes a quienes se ha alimentado tan cuidadosamente su justa indignación puedan quedarse al final sólo con la primera mitad del slogan. Va todo tan rápido.


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